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Al Dios del fútbol

The Art Of Hating Robots

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El fútbol es mucho más que un once contra once, porque fíjense, el fútbol es fé, este deporte tiene su propio Dios, su propia deidad, y hasta podemos decir que es más poderoso que los dioses de la guerra o hasta las deidades de los mares, porque el fútbol conquista al mundo todos los días, no de vez en cuando.

Si vamos a las reglas no escritas del fútbol, éstas tienen sus fundamentos en la magia y no en lo real, “no toques la copa si no deseas quedar eliminado en la final”; “no hagas cánticos de victoria antes del pitazo final”. “si hiciste algo diferente y tu equipo ganó, tienes que seguir haciéndolo, ya sea ponerte la ropa interior al revés, insultar al arquero de tu equipo o no ver el juego, sea lo que sea, sigue haciéndolo”.

Las cábalas existen en el fútbol.

Y es que ahí está lo bonito del fútbol, que además de mágico, no cree en merecimientos, no vale nada decir que alguien mereció ganar cuando después de los 90 minutos el resultado fue diferente. No valen ganas, no vale la pasión, no vale la vida dedicada, solo vale un balón entrando en una red, que de vez en cuándo, hace justicia.

Tampoco evalua el producto interno bruto de las naciones, o piensa si un país está en una crisis política, social y económica, o si ya salió de ella, o si está bien, o si está en guerra. Al Dios del fútbol le resbala si eres una potencia mundial o si dices que te inventaste el fútbol, no cuenta si un país tiene 300 millones de habitantes o más. Para él, tener 3 millones de habitantes es más que suficiente, 3 millones con garra.

Es que al fútbol si se ponen a ver, el fútbol tampoco cree en explicaciones, a veces basta decir “Dios es del Madrid” para explicar remontadas imposibles, es que no le importa más, mucho menos si los presidentes son de izquierda o de derecha, no le interesa si es Florentino o el diablo el que lidera al equipo, mucho menos le interesa si la selección que va al mundial es Corea del Norte o Corea del Sur, no sabe de democracias, de dictaduras, ni conoce de coeficientes intelectuales, de concursos de belleza o del rendimiento en las Olimpiadas.

Para el Dios del fútbol no es su problema si los habitantes de un país se caen a golpes en un restaurante lujoso en Brasil, o si se lanzan harina en una calle en Bogotá, o si cantan un gol juntos en una iglesia en México, o en un avión en cielos internaciones, o si el papa está en el Vaticano, en este momento, o si su camiseta es tan celeste como el mismísimo cielo.

El fútbol solo cree en él, no cree en historia, le saben a nada las estadísticas, los pases efectivos en ligas, las asistencias previas, las predicciones, las rachas, las edades de los jugadores, las apuestas o las cuentas bancarias de los infelices que administran la FIFA.

Le tenemos fé, porque tampoco creemos en el peso de las copas, sabemos que es algo que ya pasó, ya se aplaudió, ya nos hizo llorar.

Al Dios del fútbol no le importa cuántas copas del mundo has ganado, contra quién te has enfrentado o a cuántas finales has llegado sin ganar.

Y sí, al Dios del fútbol le da igual si eres el equipo local o el visitante, si juegas con la amarilla, en Mazatlán, con Cristiano, con Messi o con la vinotinto, porque él es el fútbol y la única historia que le importa, es la que está por escribirse.

Y mientras el balón escribe una historia en el campo, el fútbol escribe una historia en nuestras vidas porque cada gol, cada empata imposible, cada remontada, es un mensaje a nosotros que podemos meter ese gol en la vida, empatar contras las adversidades que los enfrentamos y remontarle hasta a la mismísima muerte.

Gracias Dios del fútbol.

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